Hoy se celebra el 18º aniversario del fallecimiento de Maruja Mallo

La más reconocida de las artistas gallegas del siglo XX pasó gran parte de su vida en la Argentina, Uruguay y los EE.UU.

Transgresora con las convenciones sociales de su tiempo, se le negó hasta hace poco un lugar en la historia de la pintura gallega y española.

Maruja Mallo. Foto: Consello da Cultura Galega.
Maruja Mallo. Foto: Consello da Cultura Galega.
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Santiago de Compostela, 6 de febrero de 2013.

Nacida en Viveiro el 5 de enero de 1902, la profesión de su padre -funcionario de aduanas- la llevó a residir en distintas provincias españolas hasta la definitiva instalación de la familia en Madrid en 1922. Años más tarde ingresa en la Academia de Bellas Artes y empieza a relacionarse con la nueva juventud de poetas y artistas que irrumpen en la escena española, algunos de ellos y de ellas conformarían la Generación del 27. Conoce a Salvador Dalí y a la poetisa Concha Méndez, que la introducen en el círculo de la Residencia de Estudiantes, donde estrecha lazos de amistad y camaradería con Lorca, Buñuel y en especial con Rafael Alberti, con el que mantiene una relación amorosa importante y largo tiempo silenciada tanto en su biografía como en la del poeta. Concha Méndez y Maruja pasearon por Madrid como mujeres modernas y emancipadas, conduciendo bicicletas, haciendo deporte, asistiendo a los cafés, a eventos literarios o a verbenas populares. En estos años, Maruja crea su propio lenguaje artístico, atenta a los ecos de las distintas vanguardias que empiezan a llegar a España -futurismo, surrealismo, cine- y con los ojos abiertos a las artes populares. Mezcla todo con la suya particular interpretación.

En 1928 Ortega y Gasset le brinda los salones de la Revista de Occidente para realizar su primera exposición, y se convierte entonces en una de las protagonistas de la tensión creadora que se vivió en España desde los últimos años veinte hasta la Guerra Civil. El debut estuvo arropado por comentarios y recensiones de prensa, refrendado por intelectuales y por la alta sociedad madrileña fascinada por aquellas combinaciones de elementos festivos y burlescos, por la alegría del color, las distorsionadas composiciones de sus verbenas y por las atléticas mujeres que protagonizan sus estampas deportivas.

A finales de 1928 pasa por una inflexión y un acercamento particular hacia el surrealismo fruto de sus avatares personales y de la relación que establece con Alberto Sánchez y Benjamín Palencia. Bajo el nombre de la Escuela de Vallecas recorrerán los paisajes desapacibles y duros que rodean Madrid, las zonas finales del urbano y el inicio del contorno rural. La atraían, según sus propias palabras, "los espacios cubiertos por cenizas, las superficies inundadas por musgo habitadas por vegetales ásperos, cloacas empujadas por los vientos, campanarios atropellados por los vendavales." Hasta 1931 explora este tipo de paisajes que darán lugar a la serie Cloacas y campanarios, que compagina con colaboraciones en escenarios teatrales, con la realización de dibujos para la portada de la Revista de Occidente y el diseño de caubiertas de libros.

En 1931 viaja a París, acompañada de su padre, donde permanece varios meses y expone su obra. Numerosos intelectuales y artistas como Picasso y André Bretón visitan y acogen con entusiasmo la muestra. Su regreso a Madrid, a finales de 1932, supone un nuevo giro en su estilo. Sus nuevas series Arquitecturas minerales, inspiradas en piedra, y Arquitecturas vegetales, pobladas por extrañas frutas, son teas que aunque mantienen la sobriedad cromática someten ahora sus formas a esquemas geométricos. Durante esta época combina su trabajo artístico con una intensa actividad de compromiso con la República.

Previo al estallido de la Guerra Civil, en 1936, realiza una obra clave para el período artístico que desarrollará al otro lado del Atlántico: La sorpresa del trigo. Este cuadro mural, primero de la serie Lana religión de él trabajo, presidirá su última exposición en España, promovida por el grupo ADLAN. La Guerra Civil la sorprende en Galicia, donde viaja con las Misiones Pedagógicas, y aquí permanece hasta 1937. Este mismo año, tras embarcar en Portugal, llega al puerto de Buenos Aires donde es recibida como una artista de renombre. Dará numerosas entrevistas y conferencias, escribe artículos y realiza su obra pictórica Arquitectura humana, deudora de La sorpresa del trigo. Seguirá trabajando en lienzos que componen un amplio ciclo dedicado a dos temas principales: el mar y la tierra. Viaja mucho por Latinoamérica. En Chile coincide con su amigo Pablo Neruda. En 1942 Ramón Gómez de la Serna y Atilio Rossi le dedican un libro editado por la Editorial Losada. En lo tocante al trabajo artístico realiza varias series: Retratos bidimensionales sobre rostros femeninos de frente y perfil, imágenes llanas y prototípicas; Bailarinas; Mascarillas; esquemáticos dibujos reunidos en Arquitecturas y, finalmente, Naturalezas vivas, variaciones sobre extraños seres zoomórficos inspirados en la geología y en la fauna sudamericana. Estas últimas son una serie de grabados, dibujo y óleo que se alargan hasta el año 1960, cuando decide volver a España.

Su obra es cada vez más valorada por galeristas y críticos, especialmente la crítica española más nueva, que ve en ella la encarnación de una vanguardia ocultada por el franquismo. Tras la muerte de Franco le llega el reconocimiento total; su culminación podría establecerse en la Medalla de Oro de Bellas Artes, en 1982, y en la exposición antológica que en 1993 le dedica, entre una fuerte polémica por lo inadecuado del momento, el Centro Galego de Artes Contemporáneas. Para entonces Maruja está ya muy enferma. Encamada, rodeada de postales y recuerdos, muere el 6 de febrero de 1995 en la residencia geriátrica Menéndez Pidal de Madrid.

 

Fuente y foto: Consello da Cultura Galega

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