EN MEMORIA DE FERNANDO AMARELO DE CASTRO

Su ímprobo trabajo fue pieza fundadora y fundamental para el reconocimiento oficial de la relevancia de las Comunidades gallegas en el Exterior en el pasado, presente y futuro de nuestra tierra.

En la imagen, Fernando Amarelo de Castro y Alberto Núñez Feijóo en el IX Pleno del Consello de Comunidades Galegas celebrado en Montevideo
En la imagen, Fernando Amarelo de Castro y Alberto Núñez Feijóo en el IX Pleno del Consello de Comunidades Galegas celebrado en Montevideo
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Santiago de Compostela, 19 de enero de 2017.

 

Decir que es hondo el pesar por la muerte de Fernando Amarelo de Castro, ex secretario xeral de Relaciones con las Comunidades Gallegas, implica quedarse muy corto en la descripción de la tristeza que embarga hoy a gallegas y gallegos del mundo. También es tarea imposible resumir la absoluta admiración que por él sentíamos, sentimos, todas las personas que trabajaron y trabajamos por la diáspora gallega esparcida por los cinco continentes, que desarrollamos nuestra labor diaria con esa materia tan difícil de describir y de gestionar como es la Galleguidad, a la que don Fernando supo dar cuerpo legal, jurídico, y administrativo. Galicia dejaría de lado parte fundamental de su idiosincrasia obviando ese sentimiento, reconocido en el mayor de nuestros textos legales, el Estatuto de Autonomía. Porque Galicia no podría expresarse en toda su grandeza sin contar con los centenares de millares de paisanas y paisanos que residen fuera. A esa Galicia exterior, tan importante en nuestra historia y en nuestro presente, tan imborrable en nuestro ADN como pueblo, destinó toda su fuerza y dedicó la parte más intensa de su vida don Fernando.

Su ímprobo trabajo fue pieza fundadora y fundamental para el reconocimiento oficial de la relevancia de las Comunidades gallegas en el Exterior en el pasado, presente y futuro de nuestra tierra. A él se debe el diseño básico de muchas de las líneas de actuación, en pro de las y los gallegos residentes fuera, que aún ahora se desarrollan desde la Administración autonómica, e incluso en la del Estado. La consolidación y crecimiento de esa gran red universal sobre la que reposan los sentimientos y lazos de las y los gallegos repartidos por el mundo es, en gran medida, producto directo del cariño y pasión con los que Fernando Amarelo de Castro llevó a cabo su tarea en la Xunta, y también en otras organizaciones públicas y privadas. Buena parte, en fin, del justo reconocimiento que la sociedad gallega ha hecho, hace y hará, a sus paisanos y paisanas en el Exterior, es consecuencia del abnegado trabajo de un hombre que, sin duda ninguna, forma ya parte imborrable de la Historia de Galicia, con mayúsculas.

Hay bien poco tuve la ocasión de escribir en una tribuna pública que, si hay una materia en la que Galicia puede sentirse orgullosa, es la solidaridad. Hemos de decirlo bien claro y alto: somos un pueblo solidario, con unas cuotas en este campo que ya quisieran para sí las naciones más desarrolladas. Ningún otro pueblo ha demostrado esa capacidad para unir esfuerzos en favor de aquellas y de aquellos que menos tienen, de empezar proyectos ambiciosos en el campo social y sanitario que, hoy en día, siguen siendo referentes en muchos países de América Latina. Ningún otro pueblo en el mundo fue quien, tampoco, de involucrar a segundas generaciones, nacidas ya en la diáspora, en la cultura de sus padres y abuelos: cualquier gallega o gallego de bien se emociona al escuchar el son de la gaita que permanece, un siglo mas, corriendo por las venas de ciudades tan distantes y distintas oómo Buenos Aires, Londres, Montreal, Barcelona, Zürich.

Esa universalidad de nuestro sentimiento de pertenencia a un pueblo, sin renunciar a la plena integración en las sociedades de recepción, es característica intrínseca de la propia naturaleza gallega. Demostrada en distintos momentos históricos y en lugares y sociedades bien diferentes. A esa universalidad hubo un hombre que le dio cuerpo y nombre, y que fue quién de convencernos a todas y todos de la necesidad de otorgarle la importancia y fuerza que merece. Ese hombre fue Fernando Amarelo de Castro, y hoy, con su fallecimiento, buena parte de esa universalidad queda huérfana.

Galicia y la Galleguidad no serían a misma sin don Fernando. No lo serían en el pasado ni en el presente, pero hoy me toca asumir que, en el futuro, echaremos de menos su sabio consejo a tiempo, su profundo conocimiento de nuestra diáspora, y el tesón y cariño dispuesto para cada ocasión en que la universalidad de nuestro pueblo requirió sus servicios.

Deseo de corazón que ese caminos que él tejió, de solidaridad y hermandad, de alguna manera lo ayuden en este tránsito. Descanse en paz.

Y gracias por todo tu trabajo y todas las tus enseñanzas, Fernando.

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Antonio Rodríguez Miranda
Secretario Xeral da Emigración

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