El colegio de los emigrantes

El Instituto de Estudos Miñoranos publica un volumen sobre las escuelas Pro Val Miñor, financiadas por los gallegos de la diáspora entre 1909 y 1936.

Los programas de estudio estaban inspirados en los de Argentina.

El centro tenía una granja, un museo de historia natural y transporte propio.

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"Esto fue un horror: mis tres hermanos mayores marcharon para la Argentina. A partir de aquí mi padre le tenía horror a la enseñanza comercial que inspiraba esta línea; nosotros estudiamos todos en el instituto y de comercio no estudiamos nada". Eustaquio Ferreiro, cuenta que su padre, el primer maestro que tuvo la escuela Pro Val Miñor de Nigrán (1909-1936), acabó cogiéndole tirria a aquella educación -laica, progresista y firmemente republicana- inaugurada en Galicia gracias a la acción filantrópica de emigrantes enriquecidos en América. Las sociedades de instrucción fundadas en Buenos Aires, Montevideo y La Habana pusieron en marcha unas 300 escuelas en toda Galicia, pero seguramente ninguna de esas experiencias fue tan ambiciosa como la de la Unión Hispano-Americana Valle Miñor, artífice de las Escuelas Pro Val de Nigrán, Baiona y Gondomar.

"Eran las mejor dotadas y las de mejor práctica pedagógica", subraya Carlos Méixome, director del Instituto de Estudos Miñoranos, que acaba de publicar un libro con las actas de un congreso celebrado hace dos años con motivo del primer centenario de la creación de estas escuelas. Profesores del hoy IES Escolas Pro Val e historiadores como Ramón Villares, Miguel Cabo, Dionisio Pereira o Pilar Cagiao retratan la Galicia de la época -marcada por la eclosión del agrarismo y del nacionalismo- y la ideología inspiradora de estos colegios, muy cercana a la retórica regeneracionista y mucho más conservadora en lo político que en lo pedagógico. El volumen, que recoge testimonios de antiguos alumnos, lo cierra Xosé Manuel Beiras con un artículo sobre la emigración como válvula de escape. "De no existir la salida de la emigración este país reventaba socialmente. Emigraban los más audaces, porque había que dar el salto, por lo tanto los más capaces de tomar decisiones ante los problemas, y los más jóvenes".

Aquella escuela, que enseñaba Geografía e Historia de Argentina, Comercio, Francés, Música, Natación o Dibujo y poseía talleres de carpintería y agricultura, transporte propio, una imprenta, un Museo de Historia Natural con colecciones minerales e incluso un esqueleto humano, una amplia biblioteca y una "sección de exploradores" apadrinada por la periodista Sofía Casanova, fue pronto tildada de "fábrica de emigrantes". Los planes de estudio se regían por las pautas del Consejo Nacional de Educación de la República Argentina y el orientador pedagógico era también un emigrado, el ourensano Ignacio Ares de Parga, muy cercano a las asociaciones gallegas de la diáspora. En una visita a la escuela recomendó a los profesores no dejar de lado la historia de España y de Galicia. "El alumno de estas escuelas que tiene que emigrar debe irse con la clara visión de lo que fue y de lo que es su patria, para que nunca la olvide", avisó.

El éxito de las escuelas Pro Val Miñor fue notable pero efímero. En 1923, el maestro Eladio Ferreiro -una figura controvertida, jefe local de la Unión Patriótica, el partido único de la dictadura de Primo de Rivera- fue despedido por desavenencias con los padres del proyecto, Manuel Lemos y Manuel Losada, dos vecinos de Val Miñor enriquecidos al otro lado del Atlántico. Su pensamiento pedagógico distaba mucho de sus simpatías políticas, que lo libraron de ser sancionado tras el estallido de la guerra, al contrario de otros compañeros. Ferreiro rechazaba el sistema de premios y castigos por antipedagógico y defendía una educación práctica basada en la experimentación.

De los soportes económicos de la escuela quedan en el actual IES Escolas Pro Val Miñor dos placas de mármol que Carlos Méixome hizo restaurar cuando llegó al centro para dar clases. Estaban entre los restos de una obra, y partidas por la mitad, tan olvidadas como los indianos benefactores de aquella aventura. El primero, Lemos, levantó un emporio como comerciante de vinos procedentes de los Andes y llegó a tener 365 bodegas repartidas por los barrios porteños y otras ciudades argentinas. Navegaba por el Mar de Plata en su propio barco, tenía una avioneta y creyó que Nigrán podía conocer un desarrollo turístico parecido al de la Costa Azul francesa, aunque este último empeño acabó con las dunas de Lourido y Panxón, arrasadas para levantar chalés, y con el estrafalario bautizo del arenal vecino como Playa América. Manuel Losada, por su parte, hizo fortuna en una empresa de exportación de cereal, también en Argentina, y fue uno de los principales accionistas de Tranvías de Vigo.

 

Fuente: El País | Foto: El País

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